Aunque parezca difícil de comprender a la distancia, las organizaciones guerrilleras, que fueron liquidadas por los militares, habían celebrado el golpe. Los motivos de una tesis equivocada y la lección que puede servirnos hoy.
4 de marzo de 1976. Las Fuerzas Armadas en Argentina tomaban el poder derrocando a la viuda de Perón. Sin embargo, a pesar de lo que cuenta hoy el relato kirchnerista y de izquierda, que pretende hacer de este día un luto nacional, la mayoría de los ciudadanos respiró con alivio.
Dejemos una cosa en claro: este comentario no es ni para justificar el golpe ni para cargar las tintas contra una sociedad que reaccionó como pudo, en medio de la violencia política que sacudía al país hace unos años. Se trata, solamente, de hacernos cargo de la historia argentina.
Ahora, en la coyuntura actual, el grave error de cálculo de las agrupaciones guerrilleras ERP y Montoneros puede dejarnos una importante lección para tener en cuenta, ante el desastre del Frente de Todos en el Gobierno. La guerrilla ya venía luchando contra los grupos paraestatales del peronismo desde hace dos años. Es más, para cuando llegaron Videla y compañía, el poder de fuego de los violentos que soñaban con una dictadura socialista en Argentina ya venía algo golpeado. Claro que los ataques individuales y de pequeñas células seguían sembrando el terror.
La soberbia de la izquierda y el error fatal
Los guerrilleros de ERP y Montoneros sufrieron en carne propia el error del Ché Guevara en Bolivia de unos años atrás, cuando los campesinos de ese país le dieron la espalda a la propuesta socialista que ya imperaba en Cuba. Cuando se oficializó el golpe anunciado, la guerrilla supo que se venían días difíciles en el corto plazo, pero era optimista en el mediano y largo.
Resulta que ellos llegaron a la conclusión que “el pueblo”, al ver un gobierno militar enemigo del proletariado en ejercicio, iba a empatizar finalmente con la causa erpiana y montonera. Creyeron que, finalmente, las grandes masas argentinas iban a “entender” la causa socialista y popular, rebelándose en contra de una dictadura formal.
Lo único que hicieron los argentinos en su mayoría, en lugar de despertar aquella presunta conciencia de clase, fue hacer la vista gorda cuando los guerrilleros que quedaron en el país comenzaron a desaparecer. En lugar de ir en contra del Proceso de Reorganización Nacional, normalizaron la frase “algo habrán hecho”, como para justificar el terrorismo de Estado que duró hasta finales de la década del setenta.
Argentina, que suele repetir sus errores, hoy coquetea con una idea que, salvando las distancias, puede terminar siendo un peligro.